Los argumentos geográficos argentinos –proximidad al país y
pertenencia a la plataforma continental- son centrales los fundamentos
históricos y jurídicos.
En realidad no había discusión de quién era el dueño de las
islas antes de 1833. Como se sabe, el 2 de enero de ese año, se presentó en el
puerto Soledad un navío de guerra de bandera británica, la “Clío”, y a los días
siguientes se produjo el desembarco invasor.
Fue una usurpación lisa y llana del territorio patrio.
Porque Argentina había heredado los derechos españoles sobre el archipiélago,
de acuerdo al principio “uti possidetis juris”.
De hecho, el duque de Wellington, a la sazón primer ministro
británico, escribió un año después de la usurpación: “He revisado todos los
papeles relativos a las Falkland. De ninguna manera encuentro claro que alguna
vez hayamos sido titulares de la soberanía de dichas islas”.
Hay otras opiniones de distinta época de igual tenor, que la
cancillería británica obviamente ha silenciado. Por ejemplo, en 1930 se pudo
leer en la página 390 de la obra The canons of international law: “Los
británicos ratearon las Falkland en 1833”.
Paralelamente, en 1936 el consejero legal de la cancillería
británica, George Fitzmaurice, señaló: “Nuestro caso posee cierta fragilidad” y
aconsejaba lo que finalmente se hizo: “Sentarse fuerte sobre las islas,
evitando discutir, en una política para dejar caer el caso”.
La herencia de España es clave para asentar nuestros
derechos sobre Malvinas. El territorio argentino pertenecía a España y las
islas también. No obstante la Madre Patria debió enfrentar reiteradamente la
codicia británica.
El historiador Néstor Forero, al explicar la invasión británica
de 1806 –que fue rechazada por el pueblo de Buenos Aires- explica que en
realidad ese fue el quinto intento de conquista.
La primera se remonta a 1763, cuando el gobernador Don Pedro
de Cevallos repelió un ataque inglés en la zona oriental del Río de la Plata
(hoy Uruguay). Haciendo naufragar una intentona anglo-portuguesa por ampliar
sus mercados de esclavos en la zona.
Las otras invasiones tienen que ver con las islas australes.
En efecto, la segunda invasión inglesa al territorio fue en 1765, cuando John
Byron llega a Malvinas y funda Puerto Egmont.
España reacciona y los británicos se deben retirar. Se
instala una dotación militar que depende de la gobernación de Buenos Aires. “De
esta decidida acción provienen nuestros inalienables derechos sobre nuestras
Islas Malvinas”, dice Forero.
La tercera invasión involucró también a las Malvinas. Se
produjo en diciembre de 1769. Los ingleses vuelven a establecerse en Puerto
Egmnot, pero luego se rinden ante el bloqueo de una fuerza naval enviada por
Buenos Aires.
La cuarta invasión fue sobre la pequeña Islas de los
Estados. En 1788 ingleses y holandeses se asientan en la isla, para la
explotación indiscriminada de ballenas y lobos marinos, pero son desalojados en
1791 por el Virrey Loreto.
Y esto a consecuencia del Tratado Nootka Sound firmado por
españoles e ingleses. Aunque en este tratado los españoles se ven obligados a
indemnizar a sus adversarios por incursiones en aguas cercanas al Canadá, el
artículo sexto del acuerdo es clave para los intereses argentinos.
Esta cláusula supone el “reconocimiento inglés de la
soberanía española sobre las Islas Malvinas, dice Forero. Desde entonces, por
el principio de uti possidetis, se sostienen nuestros inalienables derechos
sobre la “perdida perla austral”.
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